V

Trabajaba en un Call Center 9 horas desde hacía 7 meses cuando esa tarde quise matarte. Soporte y atención al cliente nos habían ofrecido. De los miles de norteamericanos que probaron mi ira, vos fuiste la primera en provocarla. Tu consulta era sencilla, tu tono hiriente me subestimaba, pero mis reacciones estaban censuradas.

“¿Where are you right now?”*, preguntaste. Usando toda la capacidad de mi acento sudamericano, te respondí: “In Argentina”. “Oh, poor little thing, you are from such an involutionized country!”**, remataste.

Eran las cuatro de esa tarde tediosa cuando imaginé tu muerte. Llegaba a tus tierras del norte y rompía la puerta de tu casa a hachazos. Gorda, transpirada, te veía arrojada en el sillón y te molía los pechos a trompadas, desprendiéndote los pezones con los dientes. Te colgaba del ventilador, cabeza abajo, y te giraba hasta que hubieras vomitado todo lo que anidabas en tu cuerpo arrastrado. Después te cortaba la cuerda y caías sobre tus desechos, te hacía chuparlos. “Who are you?”, maullabas: “Who are you?”***. Con el mango del hacha apretaba tu nuca al suelo, mientras con una aguja de tejer clavaba tus manos al piso de alfombra que raspaba tu cara.

Con el cable del teléfono azotaba tu espalda, la marcaba, desgarraba tu cuero y arrojaba sal gruesa sobre las grietas oscuras. Quise acomodar tu soberbia con una plancha, la tomé de la parte más ancha y con la punta calé tan hondo en tu nuca que tu cabeza rodó debajo de la mesa ratona que adornaba el patético living. No maullaste más.

Eran casi las cinco cuando en mi mente moriste y yo nunca más atendí reclamos en un call center. A los pocos días obtuve mi primer ascenso.

* “¿Dónde estás en este momento?
** ¡Oh, pobrecita! ¡Sos de un país tan involucionado!
*** ¿Quién sos?

DEDICADO A TODOS LOS QUE ALGUNA VEZ PADECIMOS CLIENTES NORTEAMERICANOS