XIV

Era una vez de tarde y otras tantas de mañana cuando este mes quise matarte. Te miraba mientras vomitabas frases en mi cara, veía tus palabras abandonando tu boca minúscula y pensaba de qué manera detener tu incontinencia verbal intrascendente.

Hipótesis, chat y mensajes de texto. Separabas las charlas por género y reproducías cada línea de manera textual, frenéticamente exacta. Me asombraba tu capacidad de recuerdo o tu asombrosa habilidad para el invento despiadado. Tan poco era lo que me interesaba tu minúscula existencia…

Mi cerebro era una pava hervida recalcitrándose al sol cuando esa tarde imaginé tu muerte. Te llenaba la boca con pan, te ataba a la terraza de un edificio a medio construir y te obligaba a escucharte a vos misma a viva voz, por dos altoparlantes. Con una madera decorada con un alambre de púas te golpeaba el estómago flácido hasta dejarlo temblando, escupiendo hemorragia negra por el ombligo.

“Por favor sé mi amiga”, implorabas como una cerda. Tu arrastrado cariño me hacía recordar todo lo que odiaba los campamentos del primario. Tus ojos babeaban lágrimas saladas. No me conmovías. Seguías demostrando lo poco que merecías mi franqueza e interés.

Casi desvanecida, ataba tu cuello a un escobillón para que quedara erecto y tuvieras la frente en alto. Entonces, con un alicate te cortaba de a poco pedazos de la lengua, de esta forma tus palabras dejarían de tener sentido y podrían confundirse con el sonido ambiente de un pobre, muy pobre geriátrico filipino. Era entonces cuando la nuca elevada se partía al medio cual apio fresco y un hueso desmembraba tu cuello como una espada que atraviesa un corazón maltrecho.


El recién parido silencio empezaba a disfrutar de su vida cuando esa noche en mi mente moriste y yo, otra vez, como cada vez, me juré nunca más tolerar conversaciones pelotudas.

LA DUEÑA DE LA PERVERSIÓN ES...

Asesinatos imaginarios para deleite de las mentes más perversas.

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