III

La ruleta me había declarado la guerra cuando esa tarde quise matarte. Estabas vestida de celeste, llevabas el pelo corto y un monederito atado a la muñeca. Tenías los pechos en punta, me llamó la atención lo separados que estaban uno del otro. Pediste 50 pesos de fichas, te sentaste a mi lado e intentaste desmotivarme, alejarme de la máquina en la que había invertido mis últimos centavos. Me miraste con esos ojos sucios de timba y escoba de quince, te ubicaste de costado sobre la banqueta y me clavaste las pupilas en los nudillos al tiempo que susurraste: “Es difícil que salgan estas dos maquinitas. Nunca sacan nada”.

Faltaban 6 horas para la medianoche cuando imaginé tu muerte. Deliré mi mano tomándote del pelo corto y reventando tu nariz contra el cartel de “3 CREDITS”. Vi tu sangre desparramada y jugosa sobre las cerezas que se alineaban despacito en la máquina. Con mi mano sostenía tu panza y la fileteaba como a un pedazo de lomito, en fetas finas y rosadas. Con las monedas plateadas que te quedaban para apostar empujé tus ojos hacia adentro, dejando los 25 centavos acumulándose dentro de tu cráneo. Como huevos de codorniz, tus pupilas ahora explotaban en un carnaval de inframundo.

Con tu cuerpo a mi merced, me propuse mutilar dedicadamente tus manos. Las desprendía despacio y pintaba tus uñas en mi mente. Ya con tus diez dedos frente a mí, me dedicaba a apoyarlos sobre la maquinita, prolijamente, con cuidado. No quería que te fueras sin jugar...

Eran casi las siete de esa tarde cuando en mi mente moriste y al instante, como si lo hubieras planeado, la maquinita me entregó su fortuna. Tus malos augurios ya no molestaban.

1 comentario:

Anónimo dijo...

basta, sos muy morbosa!
te quiero mel

LA DUEÑA DE LA PERVERSIÓN ES...

Asesinatos imaginarios para deleite de las mentes más perversas.

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