I

Eran pasadas las seis de la tarde cuando quise matarte. Estabas sentada en un banco en lugar de haciendo la fila para subir al colectivo y apenas arribó a la estación te abalanzaste como si tuvieras las piernas atornilladas a una rueda maquiavélica. Desesperada, me empujaste el hombro sin pedir disculpas y ocupaste el único asiento libre que había en el vehículo. Me miraste la cara y sonreíste. Te vi mofarte y enorgullecerte de tu pequeño golpe. Ese recuerdo me persigue...

Tenías la cara pintarrajeada como siempre, con violetas, verdes y amarillos combinando con tus zapatos del año 43, esos que no encantan ni enamoran, sino que exacerban y deprimen. Tu vestuario arrancado de un guardarropa apolillado dejó una estela de olor a viejo cuando trepaste las escaleras para sacar el boleto.

Eran las seis y algunos minutos cuando imaginé tu muerte.
El colectivo pasaba por encima de tus pies pintados con esmalte rosa y tus uñas explotaban adornando el cordón de la vereda como la lengua de un vampiro saciado. Caías tumbada en medio de la avenida y una jauría de palomas rabiosas te arrancaba las pestañas postizas. Te sangraban los ojos y gritabas mirando tus pies. “Mis dedos, mis pies”, gritabas. Nadie te miraba. Justo en ese instante el mismo colectivo al que hubieras subido primera, aún sin haber hecho la fila, te atravesaba entera, te aplastaba como a una sanguijuela de campo seco. Eras como una vena muerta, impenetrable, oscura por el gris de la avenida que ahora traspasaba tu piel arañada por las llantas, esa piel que ahora era una sola con tus tripas y tus sesos.

Y caías rendida. Finalmente tu pelo carbonizado por una permanente eterna ya no se veía tan esponjoso, ni tu ropa se veía recién tendida, ni tus alhajas parecían lujosas. Por un momento tu presencia no me significaba ni asco, ni ira, ni odio. Veía con pasión el charco de tu ser como una laguna repleta de salmones, mientras los restos de tus huesos crujían como bichos bolita bajo las ruedas de los autos. Una salsa rosa, un caldo de pobres.

Eran casi las siete cuando en mi mente moriste y yo, por primera vez en seis meses, subí antes que vos al colectivo.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Bueno que poder de imaginación para lo morboso y criminal, podríamos empezar a compararlo con mujeres asesinas. Me gustó el texto, es duro, conciso, entretenido y ágil. Aunque debo decir que hay algunas imágenes que usas que me impresionan un poco.

"Y porque un caldo de pobres", ¿a qué quisiste referirte con esa expresión ahí?

Te sigo leyendo, besos

Justiciera Poética dijo...

Puro jugo. Ni siquiera tripas. Eso es mi caldo de pobres.

Unknown dijo...

Interesante idea. Impecable resolución.

quiero mas.

Anónimo dijo...

jajajaaj porq escribis tan bien?? porq tenes esa mente morbosa???????? jaaj
lo bueno es q lo compartimos =)
excepto q vos te expresas mejor.
love u

mua!

Anónimo dijo...

me eimpresonas por momentos, pero no puedo negar tu talento para escribir!
ajja te quieor mel, segui asi!



pd: nos quedan tan solo 12 dias mami!

LA DUEÑA DE LA PERVERSIÓN ES...

Asesinatos imaginarios para deleite de las mentes más perversas.

Seguidores

Archivo del blog